El Nano y el Negro

Extracto del quinto relato del libro «Mentes perversas» publicado por Mira Editores:

«—Ahora me la vas a chupar, ¡zorra! —dijo el Negro, sacando su enorme miembro circuncidado por encima de los Calvin Klein de imitación. Del bolsillo de su chaqueta sacó una reluciente navaja, mientras con la mano izquierda sujetaba la coleta de la rubia arrodillada ante él. El Negro acercó la cara de la chica a su pene, mientras ella gimoteada aterrorizada, moviendo la cabeza de un lado a otro en un claro gesto de negación.
—Escucha, puta, más vale que me la chupes, y hazlo bien. Como se te ocurra morderme… ¡chack! —El Negro chasqueó la lengua al tiempo que simulaba un corte de garganta con su propia navaja.
La rubia se sorbió los mocos e introdujo aquel pedazo de carne erecta en su boca. Estaba caliente, tan caliente como una gruesa barra de hierro candente. Podía sentir la piel estirada entre sus labios, empujando una y otra vez hacia el interior, tan hondo que le costaba respirar.
A su lado, su amiga lloraba mientras el Nano la enculaba como a una yegua, ambos sobre el sofá biplaza del salón. Ella notaba la barriga del resuelto violador golpeando con sus glúteos, una y otra vez, dolorosamente, mientras la taladraba sin vaselina ni mantequilla ni nada, a pelo, >, repetía él. Y para que no gritara le había amordazado la boca con parte del mantel de la cocina que había rasgado en dos pedazos.
Pedazos de pizza sobre la mesa. Fríos y tan nevados de queso que se diría que son enormes triángulos de mozarela fundidos. Es medianoche y los créditos de Match Point aún pueden leerse en la pantalla plana de cuarenta pulgadas. Tania descansa sobre el sofá junto a su amiga, hecha un ovillo con las piernas encogidas.

—¿No quieres más pizza? —dice Sonia.
—Cómetela tú, está fría. No me gusta el queso frío.
—Si quieres lo meto en el micro.
—No hace falta, de verdad. No tengo más hambre.
—Está bien —suspira Sonia, y alarga la mano para coger un pedazo más de pizza, extendiendo bajo él la otra mano para no manchar el sofá.
—Desde luego —comenta Tania—. No sé dónde lo metes.
—Pues aquí, chica, aquí —replica Sonia, señalándose el vientre plano de gimnasio.
Son amigas desde la infancia. Han ido juntas al colegio, al instituto y durante los dos primeros años de universidad. Sonia abandonó la carrera y con los años consiguió hacerse un hueco en el mercado laboral como jefa de una agencia de azafatas. Tania tardó mucho en terminar sus estudios y, cuando lo hizo, sólo pudo aspirar a un puesto de administrativa. Las dos tienen veintitantos. Comparten un piso pequeño, con cocina americana, también el único televisor, y a Estrellita, la alegría de la casa.
Estrellita se asoma tras el quicio de la puerta de uno de los dormitorios cuando la película parece haber terminado. Quizás la musiquilla de los créditos la ha despertado, o sencillamente ha permanecido todo el tiempo tras la puerta, espiando a sus dueñas.»

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Una respuesta en “El Nano y el Negro

  1. ftemplar dijo:

    Para mi gusto, el mejor relato del libro. 🙂

    Fer

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