El secreto de Dedalus

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Temática: suspense, terror psicológico

Precio del libro en librerías: 12 €  Ya sea en portales de Internet (pronto, en Cyberdark.net o Amazon, tienda Saco de Huesos, sin gastos de envío) o librerías tradicionales de Zaragoza (Librería París, librería Central, Portadores de Sueños, etc.) y otras ciudades. Nota: este libro no tiene la misma presencia en librerías de todo el país y portales que otras obras mías, así que si tienes problemas en localizarlo, ponte en contacto conmigo.

Precio e-book: 3,99 € (Para Kindle: Amazon; Para otros lectores y formatos: Lektu)

Páginas: 150

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DOS BREVES FRAGMENTOS DE LA NOVELA:

“Entro en el videoclub y la dependienta me mira con acritud al descubrirme ojeando las películas porno situadas en la zona de adultos. Son las cuatro de la tarde y tengo el estómago lleno después de alimentarme en el burguer. No tenía ganas de cocinar después del trabajo. Nunca antes había venido aquí. Dos por uno entre semana. El cartero folla dos veces. La madre Teresa cumple veinte. Cleopatra y los no tan eunucos. Yo la miro de soslayo mientras simulo leer una carátula. No tendrá más de diecinueve años. Es bonita y morena, aunque de mirada tonta como la de una acémila. Desde luego no soy su tipo. ¿Qué coño miras? En cuanto giro el cuello ella se hace la despistada toqueteando el teclado del ordenador. Ni siquiera sabe manejarlo.

Si tuviera alguna posibilidad le diría algo. Pero la naturaleza no me ha regalado un buen falo con el que penetrarlas a todas sin que se sientan asqueadas. Mi protuberancia es un demonio encorvado que repele a cualquier mujer, imposible de extirpar por cualquier cirujano. El médico me lo dijo una vez. No había visto algo semejante en la vida. Será mejor que la doctora Graus pase por aquí, ella es experta en estos temas. ¡Caramba! Jamás había visto esto. Es horrible. ¿Cómo se siente usted? Ahora peor, doctora, gracias por el comentario.

Intentar no repetir mis visitas. Sé que ellas se fijan mucho en lo que buscan los clientes. Las he visto sonreír cuando un cliente con pinta de retrasado mental se marchaba con una película de Walt Disney bajo el brazo. En una ocasión llegué a escuchar los chismorreos de dos dependientas comentando lo extraño de un tipo que solo alquilaba películas antiguas. Pobres larvas de teleserie. Pronto serán mariposas acéfalas que se estrellarán con un mundo impío. Sonreíd mientras sois jóvenes y vivís con vuestros padres. Pronto vuestro cerebro seleccionará a una especie de mantis religiosa para que copule con vosotras, os diga que os quiere y os coma a tortazos e insultos tras la boda. Protagonistas del Libro de los Idiotas.”

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“Clack, se apaga la luz en el pasillo.

Por suerte, cada trastero posee su circuito eléctrico cerrado. La bombilla pende del techo como una araña iridiscente descolgada de su red. Pero aún con todo, cada vez que percibo ese clack, los colmillos de un escalofrío muerden mi nuca. Nunca conseguiré acostumbrarme. Sé que las sombras dominan el exterior. Si la bombilla se fundiera en ese preciso momento… mejor no pensar en ello. Trato de buscar nerviosamente los apuntes. Es una caja grande, de plástico, de esas que se venden en los supermercados para almacenar la ropa. La encuentro debajo de unas mantas. Levanto la tapa y veo todo el montón de carpetas de cartón almacenadas sin orden ni concierto. Cada una de ellas alberga el contenido de una o dos asignaturas diferentes. ¿Dónde habré guardado el expediente académico?

Noto que una pátina de sudor perla mi frente. La atmósfera aquí debajo, apenas a unos metros bajo el nivel del suelo urbano, es húmeda y silenciosa, como la que rodea un viejo cementerio gallego.

Llevo varios minutos ojeando los apuntes, cuando de pronto percibo un siseo. No es una serpiente, sino algo mucho peor. Procede de un extremo del pasillo. Me atrevería a decir que de las escaleras de mi edificio. Por allí baja el monstruo, el ente. Lo oigo sisear a modo de reptil gigantesco. Imagino una mole viscosa, con miríadas de ojos como una bolsa de huevas sobre las fauces y largos tentáculos en el abdomen. Se arrastra como un caracol gigante, aproximándose a la puerta número seis, entreabierta.

Me quedo petrificado. Si consiguiera encender la luz del pasillo podría ahuyentar a esa bestia, pero no me da tiempo. Ya no. Si salgo me engullirá como lo hizo con todos los vecinos ingenuos. No se trata solo de una ilusión. Hay algo en el pasillo, lo percibo. Quizás si venciera a mis miedos y saliera descubriría algo mucho más aterrador de lo que mi imaginación puede pergeñar. O quizás solo sea una fuga de gas. Una pequeña grieta en las tuberías. Pero lo escucho acercarse, lenta e inexorablemente, hacia mí. El gas no se acerca, las tuberías no avanzan arrastrándose. Ahí afuera hay algo desconocido. Excitado por el horror, doy un paso adelante y cierro de un portazo. La chapa golpea contra el marco. Giro la llave desde dentro y permanezco por un momento con el hombro izquierdo parapetando la entrada. La fugaz visión de un brutal brazo perforando la chapa y aferrando mi cuello, quebrándolo como una rama seca, hace que me retire a un rincón. Allí me siento y cubro mi trémulo cuerpo con las mantas que antes he retirado. Suplico a un dios desconocido para que la bombilla no se apague en este momento, porque entonces me volvería tan loco que tendría que rebanarme el cuello con la ínfima navaja de mi llavero.

Permanezco en silencio. Intento respirar acompasadamente, para no delatarme todavía más, aunque reconozco que es ridículo. Ellos saben que estoy aquí. La luz de la bombilla se cuela bajo el umbral de la puerta. Ahora mismo todas las alimañas del laberinto se acercan al único rincón donde la luz sobrevive. Las percibo. Las oigo arrastrarse por el suelo cubierto de polvo. La enorme criatura siseante apoya su cuerpo contra la chapa. Veo cómo el metal se comba ligeramente bajo su peso. Un reguero de saliva se cuela por debajo de la puerta. Yo arrimo mi tembloroso cuerpo contra la pared, con los brazos alrededor de las rodillas. Mis manos han dejado de pertenecerme, ahora solo son dos marionetas enloquecidas. Las sienes palpitan como tambores en mi cabeza. Mis dientes castañetean como si estuvieran sometidos al frío del universo. Algo caliente recorre mi entrepierna y desciende hasta los tobillos. El orín es la última palabra de los cobardes.”

 

El secreto de Dedalus, de Óscar Bribián

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