El sueño del depredador

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Temática: thriller policíaco

Precio libro en librerías: 16 € (Casa del Libro, Amazon, El Corte Inglés, otras)

Precio e-book: 4,90 € (Amazon, web de Versátil)

Páginas: 240

SINOPSIS:

¿Qué tienen en común los poemas de Baudelarie, Silvia Plath o Leonard Cohen con los ahorcamientos para alcanzar el clímax durante la asfixia autoerótica?

En un control rutinario en la carretera de entrada a Zaragoza, la Policía detiene un vehículo sospechoso. En su interior encuentran varios cerdos muertos y diversos instrumentos para desollarlos, algo extraño, pero no especialmente preocupante… si no fuera porque en la boca de uno de los animales aparece un dedo humano…

Laura Beltrán, la nueva subinspectora de la Brigada Provincial de Homicidios, y su superior, Santiago Herrera, un veterano inspector, se verán envueltos en un abanico de asesinatos que combinan el sadismo y los enigmas de la psicopatía con las inquietudes propias del comportamiento humano.

El sueño del depredador es una obra intensa y ágil, convincente hasta en los pequeños detalles, con una trama que entrelaza a los poetas malditos con el imaginario lovecraftiano, personajes extraños y protagonistas afectados por penitencias y contradicciones. Una obra que transmite la esencia del verdadero ambiente policial más allá de los estereotipos, narrada con una precisión y una veracidad que asustan.

 

«Además de documentarnos y situarnos certeramente en la realidad y actualidad policial, la novela de Bribián nos atrapará desde un principio por la singularidad del enigma planteado y por sus recursos escénicos y literarios. Bien escrito, con pulso y ritmo, el argumento apuntará también hacia los trasfondos de la naturaleza humana, hacia los sótanos donde alientan nuestros monstruos«

Juan Bolea, El periódico de Aragón

“El sueño del depredador es una novela dura, con un comienzo arrollador y un desarrollo rápido y certero… Si hay algo que me gusta de la forma de escribir de Bribián es que no trata de convencer al lector de nada, sino que más bien pone ante sus ojos una historia interesante y deja que sus personajes hablen por él. No tiene complejos, y eso se agradece

Revista Fiat Lux

«El sueño del depredador tiene un principio contundente, que arrolla, un inicio de los que sacuden al lector de su letargo y los pone en tensión, y esta se mantiene durante toda la historia mediante giros y mazazos que noquean al imprudente que en el intermezzo osa relajarse… El autor cierra la historia con justicia poética, y sinceramente me ha impactado el final, no podía ser otro, un broche de oro que cierra una buena historia… Y todo ello con un lenguaje ágil, sencillo que no abusa de tecnicismos y un buen uso de la tensión el autor nos mantiene pegados a las páginas del libro, y nos deja huérfanos cuando escribe la palabra fin»

De tinta en vena

«Versátil nos trae a un nuevo autor, Óscar Bribián, que auguro será un nuevo éxito»

Libros que hay que leer

«Con estos ingredientes el autor ha conseguido una historia realmente sorprendente y con identidad propia»

Melodías por escrito

«un thriller de poco más de doscientas páginas de lectura vertiginosa que, entre otras cosas, se ríe de los tópicos de la novela negra manufacturada a imitación del cine de acción de Hollywood. Esto es otra cosa; afortunadamente»

Abandonad toda esperanza- El periódico de Villena

 

Visualiza el Booktrailer de la novela aquí.

Visualiza los primeros capítulos aquí en pdf.

Otros párrafos extraídos de la novela, pertenecientes a distintos momentos y personajes:

«Pero Herrera llevaba los años suficientes en el Cuerpo y en la universidad de la vida como para que le resbalase que la sociedad estuviera bañada de una pátina de falsa pureza por cuyos resquicios se colaban conquistadores de vacíos legales, delincuentes que cumplían condenas irrisorias, líderes que lanzaban proclamas inocuas y víctimas que morirían anhelando justicia. Aunque todo fuera una gran mentira, cuando uno se tiraba tres años opositando para obtener una plaza de inspector de policía en igualdad de oportunidades frente a cientos de aspirantes, y lo conseguía, ya no importaba tanto toda la mierda que olía en el vertedero; porque al menos se tenía un sueldo fijo con el que no ahogarse y se podía tirar para adelante, siempre que uno no fuera demasiado impertinente con los de arriba. En esta vida, pensaba Herrera, es lo único que puede hacer quien nace sin estrella y no tiene quien le guíe. Otro camino era el de trepar jodiendo a otros mejores, pero él era un hombre con escrúpulos. Así que, tras los dos años de formación en la academia de Ávila, donde procuraron llenarle el cerebro de leyes y obligaciones, normas y férreos protocolos, salió a la cruda realidad, esa que no tiene nada que ver con los medios de comunicación ni con las notas oficiales, con las reuniones ministeriales ni con las comitivas escoltadas. Se graduó teniendo en la cabeza la primera premisa que le enseñó un barbudo subinspector de la Brigada de Extranjería, cuya barriga había inspeccionado demasiados almuerzos en bares de tercera fila: «para ser un buen policía hay que saber mentir y escribir bien la mentira». Una buena intervención se convertía en una sanción disciplinaria sin empleo y sueldo si no se explicaba bien o no se dejaba todo bien atado en el informe policial, pero la mayor cagada o el peor delito podía estar tan bien envuelto en papel maché que podía terminar en una medalla. Escribir bien, sí. Eso era mucho más importante que un segundo dan en artes marciales, un título en Criminología o una memoria fotográfica. Y de eso, de escribir, sabía mucho Herrera, licenciado en Derecho, que vio las fauces del
lobo en cuanto terminó la carrera y escuchó a una jefa de Recursos Humanos decir que el título de una carrera de letras puras no servía ni para iniciar una buena hoguera en una empresa privada. Él sabía que, con su carrera, sin estar afiliado a un partido político y sin contactos importantes, solo podría trabajar como pasante en un buffete de abogados, cobrando menos dinero al mes de lo que le costaría el traje y el maletín necesarios. Su padre había sido Guardia Civil toda la vida, de esos que terminan siendo sargentos porque en el examen cuenta más la antigüedad que los conocimientos para la baremación. Y como Herrera sabía que en la policía tendría un trabajo para toda la vida, allí se fue, pese a que su madre, escritora de novelas pulp bajo seudónimo, lo desaprobaba. Afortunadamente, mientras opositaba, encontró la verdadera vocación, aunque luego la realidad profesional se la quitara a machetazos.»
 
 «Los ojos de Clara Ballester eran dos botones grises velados por el humo del tabaco. Acercó el cigarrillo con mano temblorosa hacia su boca. Tenía el labio inferior amoratado. Dio una larga calada y apoyó la dolorida espalda en el desvencijado sofá. Si llamase a la policía podrían detenerle ipso facto. Bajarían al bar y lo encontrarían allí, borracho, perjurando contra el tuerto que lo miró mal y contra el camarero que le sirve whisky de segunda destilación pero le deja comerse la bollería a última hora de la tarde. Bastaría una sola llamada y terminaría aquel calvario. Pero un camino todavía más duro comenzaría. Tendría que encontrar un trabajo, y Dios sabía que en los tiempos que corrían eso era algo casi imposible para alguien con el currículum cercenado desde el embarazo. No podía enviar a su hijo a la marginalidad, condenarlo a la indigencia, por mucho que la situación actual terminase por volverlos locos a los dos. Necesitaba un salario para salir adelante. Al menos Fernando cobraba el desempleo. Todavía le quedaban diez meses. Si se terminara la entrada de dinero, quizá vería más clara la escapatoria. Ya no habría nada que la retuviera allí, en esa cárcel de paredes celestes y molduras de poliestireno. Nada la retendría, excepto el miedo.»
 
«Apoyó los zapatos en el suelo de linóleo y se volvió hacia la cisterna. Ahí, sobre la tapa, había preparado una raya tan larga como la banda del Bernabéu. Se inclinó sobre ella porque ya tenía el estómago tan hinchado de café que no le hacía efecto. Era un oso hormiguero de ochenta kilos que había cambiado los insectos por los mejores alcaloides. Después abrió el pestillo y se miró en el espejo, por si hubiera algún rastro. Se acercó al cristal a la distancia de la suela de sus zapatos y descubrió multitud de poros y arrugas donde antes solo había piel tersa. Con el índice y el pulgar estiró un pelo que sobresalía de las fosas nasales. Pegó un tirón y lo arrancó para abandonarlo en el lavabo. Abrió el grifo para hacerlo desaparecer en un remolino que se parecía a su única relación conyugal. Antes de salir al pasillo, aspiró hondo por el lado del arrancado cabello y un espumarajo amargo se hundió en su garganta.»

 

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