Raazbal, fragmento del capítulo 10

Fragmento del capículo décimo de la novela Raazbal, de Óscar Bribián:
«Pasaron bajo la arcada y entraron en el lujoso vestíbulo, donde confluían varios pasillos. Había algunos asientos rebajados en el muro de piedra, así como bancos de madera y una larga alfombra roja que ascendía frente a ellos a través de una ancha escalera con balaustrada de bronce. Uno de los guardias, apostado al pie de la escalera sosteniendo una alabarda, encontró la mirada de Laertes y les pidió que le acompañasen. Subieron la escalera y continuaron por un largo pasillo, atravesando un salón lleno de espejos y la antecámara de música, hasta que finalmente alcanzaron el salón del trono.
En la estancia se podían contar casi treinta personas de distinta importancia, todas ellas congregadas en un amplio semicírculo frente al anciano rey y en torno a un detallado mapa del territorio de Pulse y las tierras extranjeras, el cual se había desplegado en el suelo embaldosado. El salón estaba decorado con tapices de terciopelo rojo donde se narraban batallas y hechos históricos de forma pictórica, y la totalidad de las paredes y techos presentaba una riquísima ornamentación de madera de roble.
En cuanto Laertes cruzó el umbral, Argnor III esbozó una sonrisa y se levantó de su trono con dificultad. Martín observó que bajo la corona había un hombre marchito, con el pelo ralo y la barba corta y blanca como la nieve. Vestía una túnica pardusca bajo una gruesa capa púrpura, y sus facciones eran duras y marcadas por la delgadez.
—¡Ay, Laertes! —exclamó—. Mi buen acreedor. Gracias a Dios que has llegado. Dinos qué ven tus ojos que no alcanzan a ver mis heraldos.»
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