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La vergüenza de los niños soldado
Por Luís Martínez González, en 22 de Abril de 2009
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Todos hemos visto las escenas de niños peleando en guerras. Nos sacuden y no lo comprendemos. Nos conmueve verlos convertidos en soldados cuando deberían estar en el colegio o en casa, jugando con sus juguetes. Nos hace pensar hacia donde camina este mundo que convierte a niños de diez u once años en máquinas de matar. Participan en conflictos que ni comprenden, ni tienen por qué hacerlo, pues no están en edad de ello. Y, en vez de entretenerse con fusiles de juguete, empuñan un Kalashnikof o algo aún más mortífero. ¡Una vergüenza!
Esto debía pensar Oscar Bribián cuando escribió ‘Un fusil en la hojarasca’. Bribián, nacido en Huesca en 1979, aunque no muy conocido, cuenta con algunas publicaciones y premios. Así, por ejemplo, ha sido finalista del concurso de relatos breves Nitecuento, en 2002 y dirige la revista literaria digital ‘Oxigen’, además de colaborar en otras publicaciones. Como vemos, es un joven y prometedor escritor al que habrá que seguir, a juzgar por relatos como el que nos ocupa.
Y es que ‘Un fusil en la hojarasca’, escrito en el año 2003, es un muy estimable relato. En unas pocas hojas, cuenta la historia de Rubén Mosquera, un muchacho de las proximidades de Barranquilla, al que han dejado huérfano tras asesinar a sangre fría a sus padres.
Cuando se dirige en barco a casa de unos familiares que van a acogerlo, la guerrilla los captura y le plantea la disyuntiva de ser asesinado o unirse a ellos como soldado. Ante tal tesitura, el infeliz niño hace lo único que puede: unirse a los guerrilleros. Con ellos aprende a ser soldado y a matar.Pero el chico ha aprendido algo peor: la parte más miserable de la condición humana y que –si dudas en disparar- los otros lo harán sobre ti: la situación se resume en matar o morir.
Todos estos pensamientos, así como el recuerdo de otro niño que estaba en sus mismas circunstancias y que cayó en una emboscada, pasan por su mente mientras espera a un destacamento enemigo para asesinarlos…..
El relato está muy bien trazado y el discurrir de las reflexiones del muchacho, en una suerte de estilo indirecto libre, perfectamente planteado. El estilo es vivo, veloz, como la propia vida del protagonista, y el lenguaje incluye giros coloquiales propios del castellano de Colombia.
En suma, a nuestro juicio, nos encontramos ante una joven promesa de la narrativa, al que, como decíamos, será interesante seguir.